viernes, 10 de enero de 2014

Monasterio de Bujedo de Juarros. Castilla y León


Introducción

El Monasterio cisterciense de Santa María la Real de Bujedo se localiza a unos 25 kilómetros al Este de la Ciudad de Burgos, en pleno Alfoz de Juarros y muy próximo a las primeras elevaciones que anuncian ya la proximidad de la Sierra de la Demanda.



Para llegar a él es necesario salir de la capital burgalesa por la carretera Nacional 120, también llamada del Camino de Santiago, hasta las afueras de Ibeas de Juarros, desde donde parte un estrecho vial en dirección sur que, tras cruzar el río Arlanzón y recorrer unos 15 kilómetro a través de desoladas paramedas, nos deja a las puestas del antiguo cenobio y del modestísimo caserío surgido a su amparo.
 

 


Pese a que fue declarado Monumento Histórico Artístico nada menos que en el año 1931, se trata de uno de los monasterios menos conocidos no solo de la provincia de Burgos, sino de toda Castilla y León,  siendo incluso, en ocasiones, confundido con el también burgalés monasterio premostratense de Santa María de Bujedo (o Bugido) de Candepajares, situado muy cerca de Miranda de Ebro y de los límites autonómicos riojanos.

 




 Breve aproximación histórica

Los orígenes del Monasterio de Santa María la Real de Bujedo son bastante difusos en cuanto a documentación se refiere, razón por lo cual se han barajado tradicionalmente los años de 1159 y 1172 como posibles fechas de su fundación, sin que exista una documentación sólida que lo contraste.



Sea como fuera, lo que sí parece claro es que las principales personalidades que promovieron la fundación de un monasterio en Bujedo fueron Don Gonzalo de Marañón, Alférez del Rey Alfonso VIII de Castilla y figura de notable relevancia en la corte castellana de la época, y su esposa Doña Mayor García de Haza, quiénes, a mediados del siglo XII, donarían el lugar de Bujedo al monasterio cisterciense francés de  Gimont.

La primara mención documental que de manera inequívoca da fe de la existencia del cenobio de Bujedo hay que remontarla al año 1182, momento en el cual la citada Doña Mayor García, bajo el auspicio de Bujedo, funda una comunidad monacal femenina en la villa de Haza.



En dicha carta fudacional, entre otros firmantes, aparece el nombre de Fortunato, primer abad de Bujedo que había llegado a tierras burgalesas, en compañía de otros once monjes, procedentes de la abadía francesa de Escaladieu, filial de Morimond, y desde donde llegaron también los primeros religiosos destinados a poblar otros cenobios cistercienses españoles de la relevancia de Veruela (Zaragoza), Fitero y La Oliva (Navarra), Monsalud (Guadalajara) o Sacramenta (Segovia).

Pese que a lo largo de la Edad Media constan algunas donaciones reales, especialmente de la Reina Urraca, lo cierto es que la de Bujedo fue siempre una comunidad modesta, contando con pequeñas heredades en el propio Alfoz de Juarros y en torno a Aranda de Duero y Haza, solar de su fundadora y protectora Doña Mayor García.



 

Así pues, sin avatares históricos de especial relevancia y caracterizada por su extrema humildad, la vida monacal se prolonga en Bujedo hasta el fatídico 1835, año en que la Desamortización de Mendizábal provocó la definitiva exclaustración del cenobio y el abandono del mismo, pasando a partir de entonces ser utilizado el monasterio como morada temporal de varias familias de jornaleros, y la iglesia como establo y corral de ganado.

Tras pasar a titularidad privada, ya en el siglo XX, los maltrechos restos de Santa María de Bujedo fuero objeto de una oportuna, necesaria y celebrada restauración por iniciativa particular de Rafael Pérez Escolar, personalidad de gran relevancia en los contextos políticos y financieros de finales de la pasada centuria.

El Monasterio de Santa María de Bujedo

Del primitivo conjunto monacal de Santa María de Bujedo de Juarros tan solo ha llegado a nuestros días su iglesia, románica de transición, y algunas dependencias claustrales como la sala capitular, la sacristía, una estancia desde donde arrancaba la escalera de acceso a las celdas de los monjes, y la conocida como “sala del prior" o locutorio.





El resto de equipamiento monásticos, bien por quedar obsoletos dada la molestia de la comunidad que lo moraba, bien por causa de sus largas décadas de abandono y exposición al expolio, o bien por distintas reformas acometidas a lo largo de los siglos, han ido desapareciendo.

La iglesia

La iglesia monacal, respetuosa prácticamente al cien por cien tanto en lo arquitectónico como en lo escultórico con los ideales de rigor y austeriedad que preconizaba la Orden del Cister, se estructura en una única y profunda nave de seis tramos que desemboca en un crucero marcado tanto en alzado como en planta que, a su vez, da paso a una triple cabecera compuesta por un ábside central de planta semicircular y dos absidiolas laterales cuadrangulares de testero plano; una morfología prácticamente idéntica al también cisterciense monasterio de Santa María de Valdeiglesias, en la Comunidad de Madrid.

El templo, comenzado en sus cuerpos bajos siguiendo los cánones arquitectónicos del románico, fue rematado, aproximadamente a mediados del siglo XIII, por un segundo taller ya perfectamente dominador de las formulaciones arquitectónicas góticas; de ahí que los arcos fajones acusen un marcado apuntamiento y las bóvedas presenten diferentes modelos de crucería nervada.




Los mencionados arcos fajones que dividen en seis tramos la nave mayor presentan la particularidad de que sus soportes, en lugar de apear directamente sobre el piso, reposan sobre potentes ménsulas de ornamentación vegetal a media altura del muro, un recurso muy recurrente en fundaciones cistercienses.



La triple cabecera, canónicamente orientada, presenta idénticos rasgos de austeridad que el resto del conjunto eclesial, quedando dividido su único ábside de tambor en dos cuerpos mediante una moldura horizontal, abriéndose, en el registro superior, tres sencillos ventanales de medio punto dovelados. Quedan rematadas las cornisas con una sencilla colección de canecillos geométricos que se prolonga también a lo largo de los muros exteriores de la nave.

En el hastial occidental, culminado en un agudo frontón o piñón triangular, abre su portada principal, habilitada en un cuerpo en resalte y enmarcada entre dos potentes contrafuertes que se proyectan hasta la altura del segundo cuerpo, queda rematado mediante un doble vano apuntado con óculo central abrazado, a su vez, por otro arco mayor de medio punto sobre columnillas y capiteles vegetales.



El arco de ingreso, de factura gótica, presenta un perfil trilobulado trasdosado por dos arquivoltas apuntadas sobre pares de columnas rematadas en los clásicos capiteles vegetales cistercienses. Llama la atención, a cada lado de la portada, la presencia de dos crismones. Asimismo, conserva este hastial occidental los restos de los anclajes de lo que pudo ser un pórtico –hoy desaparecido- al que algunos especialistas han coincidido en atribuir una funcionalidad funeraria.



El claustro y dependencias anejas

El claustro original, hoy prácticamente perdido, se acomodaba al costado sur de la iglesia. Durante la Edad Moderna fue objeto de una profunda reforma que afectó a sus pandas pandas occidental y meridional, a las cuales, además, le fueron añadidas un segundo piso. Las crujías oriental y norte, sin embargo, perdieron sus arquerías, conservándose tan solo una serie de dependencias monacales en las que a continuación nos detendremos.




El acceso de la iglesia al claustro se realiza a través de la llamada “puerta de monjes”, ubicada en el brazo sur del transepto y que pertenecería a la primera fase constructiva del conjunto. Presenta un sencillo arco de medio punto y dos arquivoltas lisas abrazadas por un guardapolvo decorativo a base de arquillos geométricas. Descansan las arcadas en dos pares de columnas cilíndricas acodilladas rematadas por capiteles lisos.

También lisos o, como mucho, de temática vegetal típicamente cisterciense, serían los capiteles de las arquerías claustrales desaparecidas, de las cuales, tan sólo han sobrevivido siete cestas dobles y cuatro basas.



En el sector meridional del claustro se ubican las únicas dependencias monacales llegadas a nuestros días: un espacio rectangular con bóveda de cañón corrida utilizado como sacristía, una sala capitular, un habitáculo también rectangular del que partirían las escaleras hacia las celdas de los monjes, y una última estancia identificada como la sala del prior o el locutorio.

 

La sala capitular comunica con lo que sería la desaparecida galería claustral mediante tres vanos apuntados y moldurados que descansan sobre gruesos pilares poligonales que, en origen, contarían con unas columnillas adosadas –hoy perdidas en su mayoría- que conferirían al soporte una morfología cruciforme.

Al interior, la sala se estructura en seis tramos (tres por dos) cubiertos con soluciones de crucería nervada cuyos nesvios van a desembocar directamente en los muros perimetrales y sobre dos columnas centrales de basas poligonales y rematadas con capiteles vegetales. Queda iluminada la estancia a través de tres sencillos ventanales de medio punto.



Preside el hoy cuidadísimo espacio ajardinado una monumental fuente de forma circular sostenida por varias columnillas cilíndricas de imprecisa cronología.

Así pues, puede afirmarse que el Monasterio de Santa María de Bujedo de Juarros, sin llegar a ser una obra cumbre el monacato burgalés, castellano y español, sí se presenta ante el visitante como un ejemplo paradigmático de los ileales arquitectónicos de la Orden del Cister.





                                        (Autor del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS:

                                                                                                        José Manuel Tomé)

 



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