Introducción
Enclavado en la ladera norte de
la sierra del mismo nombre y constituyendo un balcón privilegiado orientado
hacia las escarpadas cumbres pirenaicas, el Real Monasterio de San Juan de la
Peña se ubica a unos 20
kilómetros al suroeste de Jaca, desde donde es posible
acceder a través de San Cruz de la Serós, población de la que parte un ramal
asfaltado tan curvilíneo como pintoresco que conduce a los monasterios.
Y decimos “monasterios” en plural
porque, efectivamente, dos son los establecimientos monásticos que, bajo la
advocación de San Juan, fueron fundados en este recóndito rincón prepirenaico:
uno altomedieval al abrigo de un enorme peñón que centrará principalmente
nuestra atención; y un segundo levantado unos cientos de metros más arriba
entre los siglos XVII y XVIII como consecuencia del pavoroso incendio que, un
24 de febrero de 1675, asoló el monasterio bajo.
Situado igualmente a los pies del
camino de Santiago Aragonés, el Real Monasterio de San Juan de la Peña es, en
la actualidad, uno de los monumentos peninsulares que más visitantes atrae
tanto por su interés histórico – artístico, como por la inigualable belleza de
su emplazamiento y de sus paisajes circundantes.
Historia
Más allá de relatos legendarios
que atribuyen los orígenes de San Juan de la Peña a un episodio milagroso
acaecido en el siglo VIII en el que el joven Voto, tras caer por un acantilado
persiguiendo un ciervo, fue a dar con una cueva en la que yacía el cuerpo sin
vida del eremita Juan de Atarés; lo cierto es que el paraje en que se sitúa el
monasterio parece más que propicio para que, durante los primeros siglos de
Reconquista, constituyese un escenario idóneo para el retiro de ermitas y
anacoretas, germen del primer monacato medieval.
Pese a referencias algo nebulosas
que hablan de cierta actividad en torno a San Juan de la Peña durante la novena
centuria, lo cierto es que hay que esperar a principios del siglo X (año 920)
para encontrar las primeras noticias documentales que hablan de una primigenia
consagración del cenobio pinatense, convirtiéndose desde entonces en uno de los
centros monásticos de referencia para los reyes navarros y aragoneses.
Abandonado probablemente durante
los últimos años del siglo X, es durante la tercera década del XI cuando, bajo
el reinado de Sancho el Mayor de Navarra, el monasterio es de nuevo
revitalizado con la introducción de la regla benedictina, siendo también
ampliado en sus equipamientos. Sin embargo, uno de los momentos claves en el devenir
histórico del cenobio pinatense es 1071, fecha en que el monarca Sancho
Ramírez, amén de ampliar el monasterio con la erección de un segundo nivel,
introduce por primera vez en la Península Ibérica el rito romano en perjuicio
de la liturgia hispano visigoda hasta entonces imperante.
De este modo, el Monasterio de
San Juan de la Peña se convirtió desde los años finales del siglo XI y durante
todo el XII en una de las plazas de referencia para la monarquía aragonesa,
desempeñando incluso la función de panteón real.
A partir de finales del siglo XII
y sobre todo durante todo el XIII, el cenobio iniciaría un lento proceso de
decadencia, justificado principalmente porque con las conquistas y el avance
cristiano hacia el sur, el foco de influencia y de poder político se desplazó
desde el abrupto Pirineo hacia el área del valle del Ebro, siendo por
consiguiente cenobios como Veruela, Poblet, Rueda o Piedra los que pasarían a
convertirse en los predilectos de los monarcas.
Así pues, toda la Baja Edad Media
será para San Juan de la Peña un periodo de largo ostracismo, sobreviviendo y
manteniéndose viva la comunidad monacal en condiciones de extrema humildad
hasta que, en 1675, el más devastador incendio de cuantos consta que asolaron
el monasterio, motivó el traslado de la comunidad a un nuevo cenobio barroco
levantado unos cientos de metros más arriba, concretamente en la llamada
Pradera de San Indalecio.
Tras la invasión francesa y,
sobre todo, tras la Desamortización, ambos monasterios quedarían abandonados,
siendo posteriormente declarados Monumento Nacional en 1889 y 1929
respectivamente, procediéndose a su restauración y adecuación para el turismo,
existiendo en la actualidad un centro de interpretación, una hospedería e
incluso un pequeño museo.
El Real Monasterio de San Juan de
la Peña o “Monasterio Viejo”
El primer monasterio de San Juan
de la Peña, conocido popularmente como “el viejo” o “el de abajo”, se acomoda
al abrigo de un imponente peñón rocoso que, como a continuación observaremos,
condiciona su morfología.
El conjunto monacal queda
dividido en dos niveles de altura: uno inferior en el que encontramos la primitiva
iglesia mozárabe junto a la mal llamada Sala de los Concilios; y uno superior
en el que, sobre el propio templo bajo, se acomoda una segunda iglesia, el
panteón real, el celebérrimo claustro, así como una serie de dependencias
monacales anejas.
La iglesia inferior
Dedicada a los santos Julián y
Basilisa, la iglesia inferior del Monasterio de San Juan de la Peña es el más
antiguo testimonio conservado del cenobio pinatense, remontándose su
consagración a nada menos que el año 920.
Por encontrarse semiexcavada en
la roca y debiendo acomodarse forzosamente a ella, presenta la particularidad
de no respetar la tradicional orientación canónica de los templos cristianos
peninsulares.
Consta de dos cortísimas naves
separadas por dos arcadas de medio punto doveladas que descansan sobre un
potente pilar central. Ambas naves, a través de otros dos arcos de medio punto,
desembocan en sendos ábsides cuadrangulares de nicho central literalmente
excavados en la roca viva, quedando comunicados entre sí a través de un pequeño
ventanal de falsa herradura.
A los pies de la primitiva nave
lateral izquierda mozárabe, abre un sencillo vano peraltado que en la
actualidad comunica con la Sala de los Concilios pero que, originalmente, pudo
cumplir la función de acceso principal al oratorio.
En una segunda fase constructiva,
coincidente probablemente con el reinado de Sancho el Mayor, la primitiva
iglesia mozárabe fue ampliada mediante la prolongación hacia los pies de sus
dos naves, las cuales, comunicadas a través de escaleras, quedan a un nivel
ligeramente inferior respecto a la cabecera.
También en tiempos del románico
fue desplegado en los muros y bóvedas de la cabecera mozárabe un amplio
programa iconográfico basado en la vida y martirio de los santos Cosme y
Damián. Lamentablemente este programa pictórico, cuya ejecución se atribuye a
una mano próxima a la del taller del Panteón de San Isidoro de León, se
encuentra muy perdido a día de hoy.
Sala de los Concilios
Contigua a la iglesia inferior y
comunicada por el vano peraltado anteriormente descrito, se encuentra la
conocida como Sala de los Concilios, una denominación basada en la errónea
teoría de que fue escenario de un concilio a mediados del siglo XI.
Su construcción, contemporánea a
la ampliación románica de la iglesia inferior, estaría destinada a albergar los
dormitorios de los monjes, conservándose incluso horadados en la pared varios
enterramientos.
La estancia, accesible también
desde el exterior a través de unas escaleras, presenta una planta trapezoidal,
quedando dividido el espacio interior en ocho tramos (cuatro a dos) separados
por arcos rebajados y cubiertos por bóvedas independientes de cañón que van a
apear sobre tres recios pilarones centrales de planta cruciforme.
La iglesia superior
Situada justo sobre la primitiva
iglesia mozárabe, la iglesia superior fue edificada en dos etapas: una primera
encuadrable cronológicamente en el reinado de Sancho el Mayor, de la que tan
sólo se conserva un lienzo hacia el costado de la epístola; y una segunda que
correspondería a la actual fábrica que, promovida por el rey Sancho Ramírez,
fue definitivamente consagrada a finales del siglo XI, concretamente, en el año
1094.
El espacio de la iglesia superior
queda definido mediante una amplia y diáfana nave de tres tramos separados por
fajones de medio punto que, al alcanzar la altura de la roca, acusa un marcado
ensanchamiento en el último tramo previo a la cabecera, la cual se encuentra
literalmente excavada en la roca a considerable profundidad respecto a la
iglesia inferior.
Consta dicha cabecera de tres
ápsides de planta semicircular cubiertos con bóvedas de cuarto de esfera
precedidas de brevísimos tramos rectos con bóveda de cañón, siendo ligeramente
de mayor tamaño el altar central, dedicado a San Juan, respecto a los dos
laterales, bajo la advocación respectivamente de San Miguel y San Clemente.
La triple cabecera, recorrida
horizontalmente por una línea de imposta ajedrezada, queda articulada al
interior en su registro bajo mediante arquillos ciegos de medio punto sobre
columnas y capiteles de gran sencillez. Llama igualmente la atención que las
dos absidiolas laterales quedan comunicadas con la central a través de angostos
arquillos de medio punto sobre capiteles bastante desfigurados.
Muy innovadora puede considerarse
la solución adoptada en los soportes de los tres arcos triunfales de acceso a
la cabecera, compuestos por haces de cuatro columnas en disposición cruciforme,
un recurso que, como señala Antonio García Omedes, permite crear unas sensación
de elegancia y ligereza “frente a la abrumadora sensación de opresión que
transmite la roca viva sobre el templo”.
En la actualidad el acceso a la
iglesia superior se realiza desde el Panteón de Nobles, aunque existe otro vano
de formulación mozárabe que comunica la iglesia con el claustro, una puerta
que, según muchos especialistas, podía haber sido trasladada desde la iglesia
inferior.
El muro de los pies, sin embargo,
fue reinterpretado en una reforma tardía, siendo abiertos tres ventanales altos flanqueado uno central original que
bien pudiera ser un primitivo acceso al templo dispuesto sobre dependencias
monacales a nivel inferior hoy desaparecidas.
Panteón de Nobles
La iglesia superior del cenobio
pinatense queda flanqueada a un lado por el iniguadable claustro en el que a
continuación nos detendremos, mientras que al costado opuesto se disponen tanto
las antiguas dependencias monacales habilitadas hoy como museo, como la zona de
enterramientos, hoy distorsionada por la adición en tiempos de Carlos III de un
moderno Panteón Real.
A la misma entrada del monasterio
encontramos una pequeña antesala abovedada desde la que parten dos escaleras: una
descendente que nos conduciría a la iglesia baja a través de la llamada Sala
del Concilio; y una en ascenso que desemboca directamente en el llamado Panteón
de Nobles. Esta escalera, perfectamente documentada gracias a una lápida
alusiva a su construcción, dataría del año 1301, siendo mandada habilitar por
el Abad Pedro de Setzera.
El Panteón de Nobles propiamente
dicho no es más que un pequeño espacio al descubierto habilitado entre la
iglesia, las celdas monacales convertidas hoy en museo, y el moderno panteón
neoclásico, el cual, fue acomodado sobre el muro en el que se disponen los
enterramientos.
Las tumbas, empotradas
literalmente en el muro, se suceden bajo una cenefa ajedrezada divididas en dos
registros: doce en el superior y diez en el inferior. Los veintidós
enterramientos que suman en total presentan la misma disposición, quedando
individualizadas mediante arcos de medio punto de roscas ajedrezadas o perladas
que inscriben, a modo de pequeños tímpanos, distintos motivos decorativos.
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Entre el repertorio ornamental
desplegado en los frentes de los nichos encontramos distintas variedades de
cruces, crismones trinitarios, una rueda, blasones nobiliario, formulas
vegetales e incluso escenografías figurativas, destacando un grifo dentro de un
clípeo, un jinete, o una representación del alma del difunto siendo elevada por
ángeles.
Además de las tumbas, son también
numerosas las laudas funerarias alusivas a diferentes personajes relevantes que
encontramos a lo largo y ancho de todo el espacio, tanto en el mismo lienzo
sobre los propios nichos como, incluso, aprovechando el exterior del muro del
evangelio de la iglesia superior.
Entre el Panteón de Nobles y la
propia peña bajo la cual se asientan las distintas dependencias monásticas, se
situaba el Panteón Real original en el que reposaban los restos de los reyes de
Aragón. Sin embargo, en el siglo XVIII y por mandato del rey Carlos III, fue
erigido el suntuoso panteón neoclásico que puede observarse entre la peña y el
muro algunas tumbas antropomórficas.
Claustro
Al costado opuesto del Panteón de
Nobles, frente al muro de la epístola de la iglesia superior, fue habilitado el
claustro: sin duda, es el más relevante de cuantos restos se han conservado del
primitivo Monasterio de San Juan de la Peña tanto por su propio valor
artístico, como por su genuina apariencia que lo convierten, por méritos
propios, en una pieza única.
Desde la iglesia se accede al
espacio claustral a través del arco de herradura anteriormente aludido y que,
para la mayoría de especialistas, se trataría del acceso primitivo de la
iglesia baja que, en algún momento, sería trasladado al templo superior. Llama
la atención este arco por la inscripción en caracteres mozárabes que recorre
toda su rosca y en la que se puede leer: “Por esta puerta se abre el camino de
los cielos a los fieles + que unan la fe con el cumplimiento de los
mandamientos de Dios”.
Junto a la iglesia y asomando al
claustro, se encuentra la Capilla de San Victorián, preciosa construcción
añadida en tiempos del gótico para albergar los enterramientos de diferentes
abades pinatenses. Al lado opuesto, accesible a través de una modesta portada
neoclásica, abre la segunda de las capillas claustrales, dedicada a San Voto.
Parece evidente, a juzgar por los
cimientos y por la huellas aún patentes en la iglesia que, en primera
instancia, el claustro quedaba protegido al exterior mediante un muro hoy
desaparecido. Cabe reseñar también la notable cantidad de laudas epigráficas
empotradas sobre todo en el muro de la iglesia orientado al claustro, inscripciones
que solemos encontrar en la mayoría de claustros monacales dedicadas a miembros
de la comunidad tras su fallecimiento.
En la actualidad, el claustro
conserva prácticamente íntegros los lienzos Norte y Oeste, habiendo
desaparecido las pandas oriental y meridional: es decir, la contigua al muro de
la iglesia y la más próxima al peñón rocoso.
Otra de las zonas que hacen del
claustro pinatense un monumento sobresaliente es el hecho de que en sus
capiteles trabajó, durante la segunda mitad del siglo XII, el celebérrimo Maestro de Agüero o de San Juan de la Peña, un artista anónimo cuya inconfundible maestría es perfectamente apreciable en diferentes edificios religiosos del norte de Aragón y de Navarra, siendo perfectamente reconocible, entre otros rasgos, por su personalísima manera de representar los ojos de los personajes: muy bulbosos y considerablemente desproporcionados.
En cuanto al programa
iconográfico de los capiteles se refiere, es de suponer que el claustro en su
totalidad constituiría una verdadera y completísima Biblia pétrea, sin embargo,
debido a la mencionada desaparición casi total de las pandas Sur y Este, hemos
de conformarnos con las escenas labradas en los capiteles de los lienzos Norte
y Oeste así como con algún capitel aislado y descontextualizado aparecido en
los alrededores y recolocado de manera aparentemente aleatoria.
La lectura del conjunto
comenzaría en el ángulo nordeste del claustro, donde fue representado el Ciclo
del Génesis de Adán y Eva; el Pecado Original, su consiguiente Expulsión del
Paraíso por sucumbir a las tentaciones
del demonio y, por último y como consecuencia de su pecado, la obligación de
trabajar la tierra por parte de los primeros padres.
A continuación, a partir del
tercer capitel de la panda norte, comenzaría el Ciclo de la Infancia de Cristo,
aparecido en primer lugar y sobre un único capitel los pasajes de la
Anunciación, la Visitación y el Anuncio a los pastores. Tras él, y en lo que
constituye un error en la sucesión temporal de la narración, quizás cometido
durante la restauración, aparecen dos capiteles con las escenas de la Huida a
Egipto y el Sueño de José por un lado, y los Magos ante Herodes junto con la
Mataza de los Inocentes por otro.
Tas ellos, después de un confuso
capitel que se ha venido interpretando como un pasaje del Bautista
descontextualizado, volvemos a recuperar el Ciclo de la Infancia con escenas
alusivas a los Magos: apareciendo primero sobre sus cabalgaduras camino de
Belén, y a continuación adorando al Niño (Epifanía). Los dos últimos capiteles
de la panda norte desaparecieron y
fueron sustituidos por dos lisos de hechura contemporánea.
Los capiteles del lienzo
occidental, es decir, del más alejado de la iglesia, disponen escenas alusivas
al Ciclo de la Vida Pública de Cristo, comenzando por el episodio de las
Tentaciones de Cristo en el desierto primero, la Pesca Milagrosa a
continuación, así como una magnífica representación de las Bodas de Canaá.
Tras ellos, aparece una escena de
difícil interpretación que bien podría representar el pasaje de la Magdalena
suplicando de rodillas a Cristo la curación de su hermano Lázaro, ya que en el
siguiente capitel si que resulta perfectamente reconocible el tema de la
Resurrección del de Betania.
Alcanzando una calidad plástica
prácticamente insuperable, la narración prosigue con los capiteles de la
Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y el de la Última Cena con el Lavatorio
de los pies, rematándose el ciclo con el pasaje de la Traición de Judas.
El resto de capiteles, excepción
hecha de un magnífico Bautismo de Cristo muy deteriorado reubicado en la panda
sur del claustro, ya no son atribuibles a la mano del Maestro de San Juan de la
Peña, siendo de destacar pese a todo una magnífica representación de Cristo en
Majestad dispuesto en el sector suroriental del conjunto.
Diferentes capiteles aislados
aparecidos en diversas restauraciones o campañas de excavaciones han sido
depositados en el modesto museo de San Juan de la Peña, habilitado tanto en la
zona de las celdas de los monjes junto a la iglesia superior, como en lo que
sería la zona de cocinas del cenobio, donde también puede admirarse el horno
original del monasterio viejo.
El Monasterio Nuevo
Situado unos cientos de metros
más arriba del viejo monasterio de San Juan de la Peña, concretamente en la
llamada Pradera de San Indalecio; el conocido como Monasterio Nuevo de San Juan
de la Peña fue erigido entre la última década del siglo XVII y la primera del
XVIII como consecuencia de un incendio, perfectamente documentado, que asoló y
dejó inhabitable el viejo cenobio pinatense.
Consagrado en el año 1705, el
Monasterio nuevo construido en ladrillo responde a los cánones propios del
barroco, siendo de destacar la fachada principal de la iglesia, la cual queda
enmarcada entre dos torres campanario angulares y abierta a través de tres
portadas ornamentales coronadas respectivamente por las efigies de San Benito,
San Indalecio y San Benito.
Tanto la iglesia como todos los
equipamientos monacales anejos quedaron en el más absoluto abandono tras la
Desamortización de Mendizábal, quedando parcialmente arruinado.
Entrado ya el siglo XXI, fue
sometido a una profunda restauración, siendo habilitado en su interior una
hospedería y un centro de interpretación que introduce al visitante en la
historia del monasterio y, por consiguiente, en la historia del Reino de
Aragón.
(Autor
del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS:
José
Manuel Tomé)
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