lunes, 29 de junio de 2015

Monasterio de San Martín de Castañeda. Castilla y Leon


Introducción
 
En el extremo noroeste de la provincia de Zamora y en un entorno natural de incomparable belleza en plena comarca de Sanabria, se encuentra, junto a una pequeña población del mismo nombre surgida en torno a él, el Monasterio de San Martín de Castañeda, sin duda, uno de los cenobios más antiguos e influyentes de la Zamora altomedieval.

 
Dependiente en la actualidad del municipio de Galende, para llegar a Castañeda es necesario partir de la capital comarcal, Puebla de Sanabria para, en dirección norte, recorrer a través de magníficos parajes los aproximadamente 20 kilómetros que separan la villa de Puebla y el pequeño caserío de San Martín, el cual se ubica sobre un escarpe rocoso a escasos metros de la orilla norte del célebre Lago de Sanabria.

Aproximación histórica

Distintas teorías sostienen la posible existencia de un primer cenobio en Castañeda durante los siglos de la dominación visigoda, el cual, desaparecería como consecuencia de la invasión musulmana.

Tras la reconquista y en una fecha que unos especialistas sitúan en el año 897 y otros en el 916, llegaría a estos parajes sanabreses el abad Martín acompañado de varios monjes de San Cebrián de Mazote (Valladolid) en busca de nuevos recursos naturales y pesqueros debido a la catastrófica sequía que asolaba la meseta central, fundando así un primer establecimiento monástico.



Pocos años después y huyendo de la Córdoba musulmana, otro grupo de monjes encabezados por el abad Juan llegarían también a Castañeda reconstruyendo el modesto cenobio de sus ruinas, tal y como reza una inscripción del año 921empotrada en el muro meridional de la actual iglesia románica y en la que puede leerse:

"Este lugar desde la antigüedad a honor de San Martín dedicado de pequeña obra construido largo tiempo en ruina permaneció hasta que el Abad Juan de Córdoba vino y este templo consagró del templo la ruina de raíz levantó y con sillares fabricó no de imperial orden más de los diligentes monjes con el afán de dos y tres meses estas obras concluyó Ordoño el centro llevando era novecientas cincuenta y nueve"

Tras este primer documento existente que confirma la existencia del Monasterio de Castañeda desde tan temprana fecha, las noticias sobre la abadía van sucediéndose a lo largo de la décima centuria, bien por conflictos con vecinos por el control de los recursos pesqueros del lago, o incluso por distintas donaciones de las que sería objeto, algunas de ellas por parte del mismo monarca Ramiro II.

 
Durante el siglo XI son inexistentes las fuentes que nos desvelen datos acerca del devenir histórico y de la continuidad o no de la actividad monacal de San Martín de Castañeda, por lo que no es descartable que pudiese quedar abandonado como consecuencia de alguna destructiva campaña de Almanzor, cuyas incursiones por estos territorios están más que contrastadas.

Hay que esperar a mediados del siglo XII, concretamente al año 1150, para que, por iniciativa del Rey Alfonso VII, el monasterio fuese reconstruido, pasando inmediatamente a depender del no lejano cenobio leonés de Carracedo y adoptando por tanto, siendo abad Pedro Cristiano, la regla benedictina.

A principios del siglo XIII, la comunidad monástica de Carracedo adoptaría los preceptos de la orden cisterciense, motivando así varias décadas de tensiones con su filial de Castañeda hasta que por fin, en 1245 y siendo abad Viviano, el cenobio sanabrés terminaría por adecuarse a los mandatos de su casa matriz abrazando la norma cisterciense.

 
Viviría Castañeda durante los siglos XIII y XIV su periodo de mayor esplendor hasta aproximadamente la mitad del siglo XV, cuando comenzaría su progresiva decadencia, pasando a depender la Congregación Reformada de San Bernardo de Castilla, siendo entonces sometida a reformas tanto la propia iglesia como sus dependencias anejas.

Ya en el siglo XIX y como consecuencia tanto de la Guerra de la Independencia como, sobre todo, de la Desamortización de Mendizábal, el monasterio quedaría exclaustrado, siendo su iglesia utilizada desde entonces como parroquia de la localidad, y el resto de dependencias, la mayoría arruinadas, como cantera para la erección de viviendas de la pequeña población surgida en torno al monasterio.

El conjunto fue declarado Monumento Histórico Artístico en el año 1931

El Monasterio


Como ha quedado explicado, del primitivo conjunto monástico de San Martín de Castañeda se ha conservado tan sólo la iglesia, funcionando desde la exclaustración de la comunidad monacal como iglesia parroquial del pequeño pueblo crecido al amparo del cenobio.

 
El resto de equipamientos y dependencias monacales, una vez arruinadas tras la extinción de la comunidad, fueron reutilizadas sus pierdas como cantera para la erección de construcciones y viviendas tanto del propio pueblo de San Martín, como de otras localidades cercanas.

Exterior

Levantada en sillería granítica notablemente escuadrada y complementada puntualmente con pizarra, la iglesia del Monasterio de San Martín de Castañeda consta de tres naves de cuatros tramos cada una que desembocan en un crucero marcado al exterior tanto en planta como en alzado, tras el cual, canónicamente orientada y levantada sobre un prominente basamento, se yergue una cabecera de tres ábsides semicirculares, el central de mayor tamaño.


Al exterior, llama la atención la homogeneidad de líneas de los muros, propiciada principalmente porque, gracias al grosor de los mismos, no fue prácticamente necesaria la erección de contrafuertes de refuerzo.

De una manera perfectamente fundamentada, son numerosos los especialistas y estudiosos que han llamado la atención sobre las manifiestas semejanzas planimétricas de San Martín de Castañeda con la catedral románica de la capital zamorana
 
 
Desde el punto de vista visual, es sin duda en la cabecera triabsidial donde se concentra el mayor interés de la fábrica. Compuesta como hemos dicho de un ábside principal semicircular de mayor tamaño y dos ábsides colaterales más modestos, se eleva toda ella sobre un marcado podium desde el que nacen las semicolumnas que, a modo de contrafuertes y recorriendo verticalmente el muro hasta la propia cornisa, articulan los hemiciclos dividiéndolos en paños: cinco en el central y tres en cada uno de los laterales.

 
Mientras que las absidiolas presentan cada una un solo vano de medio punto sobre columnillas; son tres y de mayor complejidad las que abren en los tres lienzos centrales en el ábside principal, presentando dos arquivoltas también de medio punto y de marcado abocinamiento que descansan sobre soportes de fustes cilíndricos acodillados.


Llama también la atención la particular articulación exterior del brazo norte del transepto, el cual, en su registro medio y apoyándose directamente sobre una línea de imposta, presenta una curiosa arquería ciega constituida por cuatro arquillos lanceolados de agudo peralte. Es de suponer que una configuración similar se repetiría en el brazo meridional, sin embargo, éste fue objeto de reformas posteriores.


 
Conserva la iglesia de Castañeda tres portadas: dos en el hastial sur, y otra, bastante reformada y que funciona como ingreso principal, en la fachada de los pies.

 
De las habilitadas en el muro sur, la primera de ellas se encuentra en el tramo más occidental de la nave colateral, constando de un sencillo vano en la actualidad cegado. Mucho más interés posee la que en origen comunicaba la iglesia con el claustro, situada en el tramo más próximo al transepto y constituida por cuatro arquivoltas de medio punto sobre columnillas rematadas en capiteles vegetales.

 
La occidental, coronada por una espadaña de hechura moderna y un óculo original perfilado por puntas de diamante, fue rehecha en el año 1571 tal y como reza una inscripción, apareciendo presidida en su tímpano por San Martín, santo titular del cenobio, entregando su capa al pobre. Junto a ella, fue empotrada la lápida fundacional anteriormente comentada.

 
El claustro, que en origen se levantaba al costado sur de la iglesia, desapareció prácticamente en su totalidad tras su abandono, siendo reutilizadas sus piedras, al igual que las del resto de dependencias, como materia prima para la erección de viviendas vecinales del caserío.

 
Tan sólo tres tramos de su panda occidental pudieron ser salvados, observándose en los menguadísimos restos conservados los arranques de las cubiertas abovedadas de la galería, de clara hechura goticista.

Interior

El interior de la iglesia monacal de San Martín de Castañeda, al igual que su exterior, se caracteriza por su pureza de líneas y por su notoria austeridad ornamental.

Se articula el espacio en tres naves de cuatro tramos cada una separadas por arcos apeados sobre pilares de sección prismática los cuales, en sus caras orientadas a las naves laterales, adoptan formulación cruciforme al adosar sobre ellos las semicolumnas sobre las que descansan fajones y formeros.

 
No ocurre sin embargo lo mismo en las caras interiores de los pilares asomadas a la nave central, ya que en este caso, los soportes de los arcos fajones que refuerzan la bóveda de la nave principal, en lugar de proyectarse hasta el nivel del suelo, reposan sobre potentes ménsulas dispuestas por encima de la línea de imposta.

Queda cubierta la nave central, al igual que el transepto, por bóveda de cañón apuntada, mientras que en las laterales encontramos tanto tramos cubiertos con bóvedas de crucería como tramos para los que se eligieron soluciones de arista, estando algunos de ellos remodelados en época moderna.

 
En cuanto a la cabecera triabsidial, cabe ser destacada, tanto en ábside central como en los laterales, la marcada profundidad de los tramos rectos que preceden a los hemiciclos, siendo apreciables aún en ellos signos de la existencia de altarcillos laterales, circunstancia para nada anómala en monasterios altomedievales.

En cuanto a la decoración escultórica del monasterio, tanto al interior como al exterior, su característica principal es la sencillez, destacando por encima de otras la temática vegetal que orna la mayoría de capiteles, apareciendo de forma muy residual la figuración tanto animalística como antropomórfica.

 
 
En resumen, nos encontramos en San Martín de Castañeda, dentro de un espacio paisajístico de enorme belleza en plena comarca sanabresa, ante uno de los cenobios más antiguos e importantes de la provincia de Zamora tras la Reconquista.

Un cenobio que, tras sufrir distintas reformas y ampliaciones antes del año mil, fue definitivamente rehecho en plena época románica, adoptando su comunidad primero la regla benedictina y, posteriormente, la cisterciense. Un lugar que, sin ningún género de dudas, bien merece una visita.

Alrededores de Santa Martín de Castañeda

Pese a que son relativamente numerosos los restos románicos conservados en las nororientales comarcas zamoranas de Sanabria y Carballeda, justo es decir que, exceptuando en primer lugar el sobresaliente y anteriormente tratado Monasterio de San Martín de Castañeda, y alguna que otra iglesia más como las de Mombuey o Puebla de Sanabria, la mayoría de construcciones de origen medieval de la zona reducen sus restos románicos conservados a humildes portadas, espadañas o restos dispersos reutilizados empotrados en sus muros.

Mombuey

Bastante conocida por encontrarse la localidad junto a la antigua carretera que comunica la meseta con Galicia desde Benavente, la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Mombuey posee uno de los campanarios más interesantes del románico castellano.

 
Se levanta en el muro de los pies del templo, elevándose, sobre un cuerpo inferior de mampostería reforzada, tres magníficos cuerpos de campanas que rematan en un alero recorrido por una hermosa colección de canecillos figurados en los que son reconocibles mascarones humanos y diversos animales fantásticos.

 
El resto de la fábrica fue profundamente remodelada en fechas mucho más recientes, sin embargo, distintos restos reaprovechados en el interior, dan cuenta de la riqueza y la importancia que pudo tener la parroquia de Mombuey en la Edad Media.

Pueble de Sanabria

Villa capital de la extensa comarca sanabresa, conserva la monumental Puebla, además de un conjunto histórico magníficamente conservado presidido por la imponente silueta de su castillo - palacio, una interesante iglesia de origen románico bajo la advocación de Nuestra Señora del Azogue.

 
Levantada en la parte más elevada de la población, muy cerca del castillo, la iglesia sería erigida a principios del siglo XIII, conservando de la primitiva fábrica varias veces remodelada en tiempos modernos, sus dos portadas: la sencilla meridional cobijada bajo un pórtico posterior; y la mucho más interesante portada de los pies.

 
Conformada a base de tres arquivoltas ya notablemente apuntadas, el principal interés se concentra en los soportes de las mismas, concebidos a base de estatuas columnas a modo de cariátides en las que su alto grado de degradación ha impedido identificar a los personajes representados, aunque hay quien señala que podrían tratarse de reyes.

Otros restos románicos

Más allá de los tres monumentos en los que nos hemos detenido, el románico de las comarcas de Sanabria y Carballeda se reduce, en su mayoría, a escasos restos enmascarados en reformas posteriores.

Así, en localidades como Manzanal de Arriba, Oteros de los Centenos, Utrera de la Encomienda, Santa Eulalia de Rionegro, Lanseros, Fresno de la Carballeda o San Salvador de Palazuelo, han sobrevivido humildes portadas de origen románico.

En los muros de las parroquias de Robledo de la Carballeda, Rosinos de la Requijada, Manzanal de los Infantes y Letrillas pueden adivinarse restos altomedievales empotrados en sus muros, quizás reutilizados de una primera iglesia románica o incluso, reaprovechadas de monumentos desaparecidos más lejanos.

Respecto al resto de localidades vecinas, Sejas de Sanabria posee una iglesia de mayor interés principalmente por las cornisas de su tardía cabecera, las cuales, en cierto modo, recuerdan a las apreciadas en la torre de Mombuey. En su interior, al igual que en la vecina Cional, ha pervivido también su primitivo arco triunfal de ingreso a la cabecera.


 

sábado, 11 de abril de 2015

Monasterio de Sant Benet de Bages. Cataluña


Introducción

En plena comarca del Bages, centro neurálgico de Cataluña, el Monasterio de Sant Benet de Bages se ubica a unos 70 kilómetros al norte de Barcelona y a apenas una decena de Manresa, a orillas del río Llobregat y a medio camino entre las localidades de Navarcles y Sant Fruitós, término municipal este último al que pertenece.

Se trata de uno de los monasterios más relevantes de Cataluña tanto en lo artístico como en lo cultural, llegando a despertar entre los años de la llamada "Reinaxença" gran interés entre los intelectuales catalanes, hasta el punto de que tras caer en manos de la importante familia Casas, fue el propio Josep Puig i Cadafalch quien dirigió sus obras de restauración.

En la actualidad, tras ser adquirido en el año 2000 por la Caixa de Manresa, forma parte del conocido como complejo Mon Sant Benet, inaugurado en 2007 y destinado a función hostelera, recreativa, cultural y divulgativa de la historia monacal.
Breve aproximación histórica
La repoblación cristiana de la fértil vega del Llobregat se remonta a los años de Wifredo el Velloso (último cuarto del siglo IX), una empresa que continuarían sus sucesores en décadas posteriores a través del patrocinio de una serie de fundaciones monásticas entre las que destacaría Santa Cecilia de Montserrat y la que nos ocupa de Sant Benet.

La fundación de Sant Benet se debe concretamente a un personaje de nombre Sala, emparentado con los Vizcondes de Osona tras su casamiento con Ricarda. Este matrimonio, tras una visita a Roma junto a otros notables del momento en la que traen unas reliquias de San Valentín, funda Sant Benet hacia el año 950, aunque la iglesia no sería consagrada hasta un 3 de diciembre del 972 como acredita un documento conservado.
 
Tras ser arrasado por los musulmanes en tiempos de Almanzor, la labor de reconstruir Sant Benet le es encomendada por Arnulf, Obispo de Vic, al canónigo Ramió, contando además con el apoyo de una bula pontificia promulgada en el año 1017.

Tras un breve lapso de tiempo en que funciona como filial del monasterio francés de Sant Ponç de Tomieres, Sant Benet vuelve a poder del papado dentro de la órbita cluniacense, siendo de nuevo asolado por una escaramuza almorávide en 1105.
 
 
 
 





Tras ser de nuevo reconstruido y consagrado en 1212, el monasterio viviría su periodo de mayor esplendor entre los siglos XIII y XIV, viéndose truncada su influencia por la peste negra de 1348, la cual, dejaría la comunidad reducida a dos monjes iniciándose así un lento declive que culminaría con su cesión al monasterio de Montserrat, a su vez, dependiente de San Benito el Real de Valladolid.

Un pavoroso incendio en 1633 dejó el monasterio muy maltrecho, sobreviviendo a duras penas hasta su definitiva exclaustración con motivo de la Desamortización de Mendizábal en 1835. Poco después pasaría a manos privadas, siendo restaurado en dos ocasiones, la primera por el citado Puig i Cadafalch y la segunda, ya en el siglo XXI, con el fin de adaptar el monasterio a su nueva funcionalidad.


El Monasterio de Sant Benet

Del primitivo monasterio románico de San Benet de Bages tan sola ha llegado a nuestros días su reformada iglesia y su claustro, siendo obras más tardías las dependencias que lo circundan como el dormitorio, la despensa, la bodega y el palau abacial anejo.
 
La iglesia
 
La iglesia monacal es una construcción de una sola nave de tres tramos abierta a un crucero marcado en planta y alzado que da paso a un ábside semicircular. Paralelos a la cabecera principal se disponen, en cada uno de los brazos del crucero, sendas capillas absidiales laterales, las cuales, no son apreciables al exterior ya que el espacio de sus pequeños hemiciclos se limita al grosor del muro.


Queda cubierta la nave mediante una bóveda de cañón ligeramente apuntada reforzada por arcos fajones sobre pilastras que se corresponden con los contrafuertes exteriores, apareciendo hoy en día el espacio cabecero interior considerablemente adulterado debido a una serie de molduras, yeserías y policromías barrocas.

 
Ocupando el mismo espacio que la cabecera, a un nivel inferior y accesible mediante unas escaleras se sitúa la cripta, también profundamente adulterada tras la adición de un falso techo plano pero en la que aún se aprecian los soportes sobre los que descansaban sus abovedamientos.

Al exterior, la iglesia monacal llama la atención por su sencillez, limitándose los recursos ornamentales a la ventana del brazo norte del transepto y a una banda de arquillos ciegos de sabor lombardo que recorre los muros laterales y cabeceros a la altura de las cornisas.

 
Cuenta San Benet de Bages con dos torres-campanario: una en el ángulo suroccidental en la que es perfectamente perceptible a través de las diferencias de aparejo las distintas etapas de su construcción; y una segunda de dos cuerpos de ventanas elevada sobre el arco fajón que separa el crucero y el primer tramo de la nave.
 
Es en la fachada occidental y bajo un desnudo ventanal donde se habilita su portada principal, configurada mediante tres arquivoltas de medio punto sobre columnas acodilladas coronadas por capiteles figurados.


En los capiteles del lado izquierdo de la portada se distingue una composición vegetal en la cesta más exterior, aves entre entramados vegetales en la intermedia, y una curiosa escena doble en la que un hombre es aprisionado por dos leones en la interior.
 
 
Al lado opuesto se repite el esquema de motivos vegetales en la cesta exterior; apareciendo una escena en la que dos leones muerden su propia cola en el capitel intermedio, y en el más interno una curiosa composición en la que unas bocas monstruosas regurgitan unos tallos que son picoteados y mordidos respectivamente por aves y cuadrúpedos.
 
El claustro
 
El elemento del conjunto de Sant Benet de Bages que mayor interés ha despertado desde siempre entre historiadores del arte y aficionados ha sido su claustro románico, adosado al costado sur del templo semiencajonado entre el brazo meridional del transepto y la torre campanario de los pies.

 
Al propio interés que en sí mismo atesora el claustro de Sant Benet, se le suma el especial encanto que le confiere la exuberante naturaleza que crece en su pequeño jardín central, dándole al espacio un toque añadido de romanticismo.

 
El acceso al recinto claustral se abordaba desde el brazo sur del crucero de la iglesia, disponiéndose una bonita portada de una sola arquivolta de medio punto animada con decoración de cestería y que descansa sobre columnas de fuste monolítico y capiteles de cimacio ajedrezado.
 
De los dos capiteles con que contaba la portada, el del lado derecho ha desaparecido por completo, mientras que su cesta contraria presenta una interesantísima decoración en la que identificamos al Señor siendo elevado por dos ángeles que le flanquean.

 
Cuenta el claustro con cuatro pandas conformadas cada una de ellas por dos grupos de tres arcos de medio punto separados entre sí por un potente pilar central justo en el centro de cada crujía.

Los arcos descansan sobre dobles columnas rematadas cada una de ellas en su propio capitel independiente, contándose un total de 64 cestas decoradas en todo el claustro, 16 por panda.

 
Comenzando el recorrido por la panda oriental, justo frente a los vanos que en origen daban acceso a la sala capitular, puede observarse que se trata del sector de mayor sencillez en cuanto a la decoración de sus cestas se refiere, predominando las vegetales, las de entrelazo geométrico y apareciendo residualmente algún animal.

 
Llama la atención un capitel en el que, en cada uno de sus ángulos, aparecen unos curiosos personajes sosteniendo una especie de ramas de palma como si de alas se tratase y con las que, a su vez, parecen esconder su desnudez. Esta escena se repite en uno de los capiteles de la crujía norte.


 
Mucho mayor interés presenta, sin embargo, un capitel reaprovechado que, por sus hechuras y su técnica, parece anterior al resto del conjunto, posiblemente prerrománico. En él, son apreciables en sus cuatro caras un entrelazo, un Pantocrátor, una Anunciación, y una escena en la que un ave susurra algo al oído de un personaje, a cuyos pies, aparece otro postrado de rodillas.
 
Para muchos especialistas, este personaje podría ser San Benito, titular del monasterio; sin embargo, últimamente hay quién señala la posibilidad de que se trate de San Valentín, cuyas reliquias fueron traídas por los comitentes desde Roma, por lo que el personaje arrodillado bien podría ser Sala o su esposa Ricarda, fundadores del cenobio.


 
En la panda sur predominan también los capiteles de temática vegetal, siendo especialmente interesante la variedad del repertorio de sus motivos: zarcillos entrelazados, pámpanos, brotes, pencas, etcétera.

 
De entre las cestas figuradas, destaca una en la que figuran ángeles de enormes alas en cada una de sus caras, otro similar a base de aves y, sobre todo, una curiosa escena de caza en la que cuadrúpedos (seguramente cánidos) acechan a un rebaño de ovejas que pasta tranquilamente. No es para nada casual que esta cesta fuese ubicada justo frente a lo que era la puerta del refectorio de monjes, quizás como exhortación contra el pecado de la gula.
 
En la panda occidental, como en sus contiguas, predominan igualmente los capiteles vegetales, todos ellos de gran calidad y variedad en sus diseños. Junto a ellas, se aprecian otras escenas como aves enfrentadas picoteando frutos, o la lucha entre un hombre y un león.
 
Una de las más enigmáticas composiciones del claustro de Sant Benet de Bages es la cesta en la que dos personajes -masculino y femenino- entrelazan sus manos mientras agarran respectivamente su capa y su sayón. En torno a ellos, otros personajes hacen sonar cuernos musicales y agitan palmas. Podría tratarse de una ceremonia matrimonial.

 
Por último, es la panda norte, la más próxima a los muros de la iglesia y a su puerta de acceso, la más fecunda en cuanto a la variedad iconográfica de sus capiteles.
 
Iniciando la lectura desde su extremo occidental, comienza la sucesión de capiteles con una composición en la que aves rapaces aprisionan a un cuadrúpedo y a otra ave de menor tamaño. A continuación, ocupando las dos cestas y pudiendo ser el preludio del capitel anterior, identificamos una escena de cetrería en la que varios hombres a caballo portan halcones prestos a la cacería.

 
Tras él, identificamos una Virgen con el Niño en compañía de San José apoyado en su cayado. Esta representación es prácticamente idéntica a otra existente en la panda sur. A continuación, de nuevo una enigmática escena en la que varios personajes aparecen aprisionados por lo que parece una serpiente, la cual muerde a uno de ellos.

En el resto de capiteles de la arquería septentrional predomina la temática vegetal, a excepción de una segunda representación de figuras sosteniendo palmas a modo de alas prácticamente idéntica a la ya descrita de la crujía oriental.

El claustro, que para la mayoría de especialistas se encuadraría cronológicamente en los años finales del siglo XII, se cubre en sus cuatro galerías mediante bóvedas de cañón, solucionándose los ángulos por medio de arcos de descarga que parten de las esquinas y rematan en capiteles.

Es en uno de estos capiteles, en el que por tercera vez en todo el claustro de Sant Benet encontramos una representación de la Sagrada Familia, donde aparece una inscripción en la que puede leerse "conditor operis vocabatur Bernad", siendo identificado este nombre de Bernardo con el del autor, o al menos uno de los artífices principales, de los capiteles del claustro.

 
                           (Autor del texto del artículo/colaborador de ARTEGUIAS:
                                                                                          José Manuel Tomé)