miércoles, 25 de junio de 2014

Monasterio de Santa María de Santa Cruz de la Serós. Aragón





Introducción

En pleno corazón del Alto Aragón, la pequeña localidad de San Cruz de la Serós se ubica a escasos 15 kilómetros de la ciudad de Jaca, constituyéndose, como si de su antesala se tratase, en paso obligado para llegar al histórico Monasterio de San Juan de la Peña, germen del primitivo Reino de Aragón y, como no podía ser de otra forma tal y como veremos a continuación, de la propia población de Santa  Cruz.

 
Pese a que en la actualidad Santa Cruz de la Serós, con sus apenas 200 habitantes, no deja de ser una más de las minúsculas poblaciones que jalonan las sierras prepirenaicas, puede enorgullecerse de poseer una dilatadísima historia además de contar con dos monumentos de primer orden: la iglesia (antiguo monasterio) de Santa María y la iglesia de San Caprasio.



El propio topónimo “Serós”, apócope de  “Sorores” (hermanas), muestra bien a las claras la importancia que tuvo en el desarrollo de la localidad la comunidad femenina que, como abordaremos en las próximas líneas, se estableció en este bellísimo enclave altoaragonés en fechas altomedievales.
 
Una aproximación histórica
 
Pese a que la tradición, apoyándose en fuentes del todo imprecisas, ha venido señalado que el origen de Santa María de Santa Cruz de la Serós se remontaría a las últimas décadas del siglo X (992), en tiempos del monarca navarro Sancho Garcés II; recientes estudios han acabado por desmentir dicha teoría, retrasando la más que posible fundación de una primera comunidad monástica en la localidad hasta la primera mitad de la undécima centuria.  

De este modo, parece probado que los orígenes verdaderos del Monasterio de Santa María de Santa Cruz de la Serós se remontarían hacia, aproximadamente, el año 1025 cuando, con motivo de la refundación e implantación de la orden benedictina en el vecino monasterio de San Juan de la Peña por Sancho III el Mayor, el cenobio pinatence, hasta entonces dúplice, pasase a ser morado exclusivamente por monjes, debiendo entonces trasladarse la rama femenina al actual Santa Cruz, donde sería erigida una primera iglesia de nave rectangular y testero recto cuya existencia ha podido ser atestiguada gracias a una campaña de excavaciones acometidas en 1991.
 

 
Durante la segunda mitad del siglo XI el rey Ramiro I mandaría edificar una nueva iglesia dotada de todos sus equipamientos monásticos propios, ingresando en él como religiosa, en 1059, la menor de sus hijas: la Infanta Doña Urraca.

Sin embargo, el primer momento de esplendor de la comunidad femenina de Santa María de Santa Cruz de la Serós llegaría entre 1065 y 1070 cuando, tras enviudar del conde Ermengol III de Urgell (fallecido según algunas crónicas en lucha contra los musulmanes en un lugar indeterminado entre Monzón y Barbastro), la Condesa Doña Sancha, también hija del rey Ramiro I, ingresa en la comunidad, siendo al poco tiempo nombrada abadesa.

 
Poco tiempo después, también tras enviudar de un conde provenzal llamado Bertrand, ingresaría en el monasterio una tercera hija del rey Ramiro de nombre Teresa, convirtiéndose de este modo el cenobio de Santa Cruz de la Serós en destino de numerosas damas cortesanas y de alta alcurnia de la época que tomaban hábitos y, por lo tanto, en objetos de innumerables y generosísimas donaciones tanto por parte de la Corona, como de los distintos linajes nobiliarios aragoneses.
 
Durante el abadiato de la Condesa Doña Sancha, mujer de enorme influencia política durante las últimas décadas del siglo XI merced a su relación de enorme proximidad y confianza con hermano, el rey Sancho Ramírez; el monasterio de Santa Cruz de la Serós alcanzó sus mayores cotas de poder gracias a las riquezas que fue acumulando tanto en forma de donaciones como de heredades, hasta el punto de que llegó a decirse que, buena parte de la financiación de las campañas bélicas de la Corona aragonesa, procedía de las riquezas que proveía el monasterio santacrucero a través de sus extensos dominios.
 
En 1097 fallecería la Condesa Sancha, siendo enterrada en el fabuloso y célebre sarcófago en el que después nos detendremos y que, desde el propio monasterio de Santa María de Santa Cruz de la Serós, fue trasladado al Convento de las Benitas de Jaca, donde se conserva hoy en día.
 


Durante los siglos XII y XIII, al igual que ocurriría con su vecino de San Juan de la Peña, el monasterio de la Serós iría perdiendo su influencia dentro de los contextos políticos de la Corona de Aragón una vez que los límites geográficos de esta, tras distintas y exitosas campañas contra los musulmanes, habían alcanzado la ciudad de Zaragoza y rebasado, incluso, la propia línea del Ebro.
 
La comunidad permaneció en Santa Cruz hasta el 1 de julio de 1555, fecha en que, por orden de Felipe II, el cenobio fue exclaustrado y sus religiosas trasladadas a Jaca. A  partir de ese momento, salvo la iglesia, que pasaría a detentar la función de parroquia de la localidad, ya obsoletas (claustro, refectorio, capítulo), irían desapareciendo al ser progresivamente abandonadas y aprovechados sus materiales para construcción de viviendas en la zona.
 

 
La iglesia de Santa María de Santa Cruz de la Serós sería declarada Monumento Nacional en noviembre de 1931, siendo objeto, ya durante los años 90 del siglo XX, de una profusa restauración consistente en rehabilitar la torre, consolidar la fábrica, desprenderla de aditamentos tardíos y acometer en ella varias prospecciones arqueológicas para tratar de profundizar en sus orígenes y en su historia.
 
Tras una última intervención de consolidación en 2004, el 25 de mayo de 2005 fue declarada Bien de Interés Cultural.
 
La iglesia de Santa María
 
Lo primero que llama la atención al encuentro con la iglesia de Santa María de Santa Cruz de la Serós es, pese a ser un templo de un tamaño medio, la tendencia a la verticalidad que le confiere al conjunto su soberbia torre campanario y la misteriosa estancia levantada sobre el falso crucero, en la cual, nos detendremos más adelante.



Presenta la iglesia una planta de cruz latina engendrada a partir de una solo nave rectangular de dos tramos desiguales, un falso crucero propiciado por dos capillas laterales abiertas a cada uno de los dos costados de la nave, y un ábside cabecero semicircular precedido por un breve tramo recto presbiterial.



Resulta curioso el hecho de que esas dos capillas que generan el crucero, quedan rematadas en su muro oriental por sendos nichos a modo de minúsculas absidiolas semicirculares cubiertas con cuartos de esfera que, al exterior, presentan remate plano sobresaliendo ligerísimamente del muro, hasta el punto de que, de no ser por sus mínimos vanos, darían la apariencia de ser simples contrafuertes de refuerzo.
 

 
Queda cubierta la nave mediante una bóveda de cañón reforzada por dos arcos fajones de medio punto doblados que descansan sobre columnillas adosadas a pilastras y rematadas en capiteles figurados. A lo largo de toda la nave, justo a la altura del arranque de las bóvedas, discurre una imposta horizontal que, incluso, se prolonga por las capillas laterales y la cabecera.
 

 
Mientras que el ábsaide central cabecero presenta una bóveda de horno presidida del mencionado tramo recto cubierto con bóveda de medio cañón; las capillas laterales que definen el crucero resuelven sus cubiertas mediante sencillas soluciones a base de dos nervios que cruzan justo en el centro geométrico de la bóveda.
 
Tanto el arco triunfal de acceso al presbiterio, como los que abren a las capillas laterales disponen roscas de medio punto trasdosadas por la omnipresente moldura ajedrezada, también denominada de “taqueado jaqués”.
 
Pese a que en planta el edificio presenta la prototípica morfología de cruz latina y que al exterior llama poderosamente la tención tanto el juego de volúmenes como su verticalidad, una vez rebasado el umbral de la puerta, el visitante queda con la sensación de encontrarse ante un modesto edificio de una sola nave rematada en un único ábside semicircular, como tantos templos rurales existen en el románico español.


 
Este singular “efecto” viene motivado por el hecho de que el transepto, lejos de quedar resaltado, bien en alzado o bien mediante la erección de un cimborrio o de una cúpula, apenas se manifiesta al interior; no siendo apreciable desde dentro, en ningún caso,  el potente volumen que, al exterior, corona el tramo crucero adosado a la torre. Este elemento hace de Santa María de Santa Cruz de la Serós un edificio prácticamente único y de primer orden dentro del románico español.
 
Esta cámara secreta e independiente, accesible en origen tan solo mediante escaleras portátiles de madera desde un vano en altura abierto en el parámetro norte de la nave, ha suscitado, entre especialistas y estudiosos, numerosas teorías acerca de su posible funcionalidad; identificándose como una cámara en la que resguardar el tesoro litúrgico, como un posible lugar de refugio para la comunidad en caso de ser atacada o, incluso, más recientemente, como una “galilea” o capilla en altura.
 
El habitáculo, de apariencia cuadrangular al exterior, se torna octogonal al interior merced a unas exedras angulares que, a modo de trompas (manifestadas al exterior mediante volúmenes esquineros prismáticos), permiten que una superficie cuadrada quede rematada en ochavo, abovedándose el espacio mediante una solución nervada cuyos nervios, tras cruzarse en el centro, van a descansar sobre columnas rematadas en capiteles dispuestas en el centro de cada uno de los cuatro lados principales.
 
 
La torre, de porte monumental y considerablemente desproporcionada respecto al conjunto del templo, se dispone sobre la capilla lateral sur que da lugar al brazo meridional del crucero, quedando unida y comunicada con la recién tratada cámara superior secreta mediante un pequeño vano adintelado.
 
Presenta planta cuadrangular y se eleva en tres cuerpos en altura definidos, en cada uno de sus frentes, por otros tantos registros de vanos geminados de maineles cilíndricos, quedando coronada la rotunda estructura prismática mediante un remate octogonal.
 
Hacia el centro de la nave en el muro sur del templo abre una pequeña portadita de vano adinterado en la que, abrazado por un guardapolvo ajedrezado de medio punto, se despliega un tímpano presidido por un crismón compuesto por una rueda de seis radios entre rosetas; pudiendo adivinarse en él mínimas incisiones con los caracteres “x, “p”, “a” y “w”. Muy probablemente, en origen esta puerta fuera la que daría acceso desde el templo al desaparecido claustro.
 
Mucho más interesante es la portada principal, habilitada a los pies de la iglesia en un cuerpo en  resalte o arimez bajo un tejaroz sostenido por canecillos figurados. Se compone, bajo una moldura ajedrezada a modo de guardapolvo, de cuatro arquivoltas de medio punto abocinadas que apean alternativamente sobre pilares y columnas, quedando rematadas estas últimas en cipiteles vegetales y figurativo.

El elemento más interesante de la portada occidental es, sin lugar a dudas, su tímpano, en el cual, dos leones de feroz aspecto, uno de ellos sobre un motivo floral, flanquean un crismón trinitario en el que resulta curioso como, a excepción del símbolo “Rho” (P), que aparece en su prototípico lugar, el resto de caracteres como el Alfa y el Omega se sitúan desplazados respecto a la posición en la que suelen aparecer.
 

 
Todo el diámetro del círculo del crismón queda recorrido por una inscripción cuya vendrían a ser la siguiente: “Yo soy la puerta de entrada: pasad por mi fieles. Yo soy la fuente de la vida: tenéis sed de mí que de vino, vosotros que penetráis en este bienaventurado templo de la Virgen”.
 
Una segunda inscripción, justo en el borde inferior del crismón y al pié de los leones reza lo siguiente: “Corrígete primero para que puedas invocar a Cristo”.
 
Para muchos especialistas, este crismón de la portada occidental de Santa María de Santa Cruz de la Serós venía siendo interpretado como una copia o versión del existente en la Catedral de Jaca, sin embargo, recientes estudios, entre los que destacan los de Francisco Matarredonda o Juan Antonio Olañeta, han concluido, basándose en la propia morfología del crismón, que el del antiguo monasterio de la Serós, cuya creación sitúan hacia 1090, vendría a ser más antiguo que el existente en la seo jacetana, el cual, encuadran en una fecha próxima a 1115.
 

 
En canto a la escultura monumental presente en el edificio, amén de la ya comentada en sus portadas, destacan los capiteles de las dos grandes columnas adosadas que dividen en tres paños el muro absidal al exterior, siendo perfectamente reconocible en uno de ellos el pasaje de Daniel en el foso de los leones. También encontramos figurados al interior, tanto coronando las columnas que sostienen los arcos fajones de la nave, como en la cámara secreta sobre el crucero.
 



 
Capítulo aparte merece la colección de canecillos del alero que, si bien algunos de ellos no son figurados, otros muchos nos ofrecen un repertorio humano y, sobre todo, animalístico muy interesante: leones, mono, peces, bóvidos, así como otros seres pertenecientes al bestiario fantástico.

 
En todo el conjunto eclesial se advierte el trabajo de varias manos, entre ellas concretamente en un capitel decorado con el tema de la Anunciación de la cámara superior, la del conocido como Maestro de Doña Sancha, artífice del famoso sepulcro y de algún capitel de la propia Catedral de Jaca.
 
La visita a Santa Cruz de la Serós tiene su lógica extensión a dos lugares de importancia capital para románico. El primero es el conjunto monumental de Jaca, donde son de obligada visita su catedral, el Museo Diocesano y algunas iglesias y ermitas más, donde se conservan importantes piezas románicas como el citado Sepulcro de Doña Sancha o un capitel del Maestro Esteban



El segundo es el Monasterio de San Juan de la Peña, a pocos kilómetros de distancia y accesible por una montaraz carreterita que comunica el propio  Santa Cruz de la Serós con este histórico cenobio aragonés.